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«Tras el velo». Porque los 365 días son «el día de la mujer»

9 marzo, 2015

 

 

Ayer se celebró el día Internacional de la Mujer, sin embargo, quise reservar este relato que escribí con todo mi cariño para un día más tarde. ¿El porqué? Demostrar que el día de la mujer debería de ser todos los días, pero lo más importante, demostrar que, en ocasiones no es la falta de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres lo que no nos deja avanzar tanto como quisiéramos… Muchas veces es la falta de respeto, de integración y de aceptación entre las propias mujeres de diferentes culturas. ¿Os animáis a reflexionar conmigo y a desmontar estereotipos? En este relato os encontraréis con algunas cosas que, quizás, os suenen familiares. MUCHOS BESOS

 

Inmaculada González

TRAS EL VELO

Acababa de terminar mis estudios de periodismo en la Complutense de Madrid. Tras algunos años fuera de casa por fin volvía a mi pueblo, a Aranda. Tenía muchas ganas de estar otra vez entre los míos, con mi familia, con mis amigos. Sin embargo sabía que estaría poco tiempo allí.

Tras haber hecho mis prácticas como periodista en diferentes medios de comunicación en la capital me ofrecieron continuar como freelance para una agencia de noticias. Aún estaba a la espera de que llegase un tema y un destino para mí, pero mientras tanto quería disfrutar al máximo mi estancia en la capital ribereña.

Nos fuimos a tomar unos vinos, mis amigas me invitaron a ver la exposición de las Edades del Hombre… Aranda parecía otra… Seguía manteniendo su esencia pero había crecido, había mejorado… Poco a poco se estaba convirtiendo casi en una ciudad de lo más cosmopolita. Cada vez entremezclaba más culturas, más gentes, más jóvenes, más empleo…

Apenas había pasado una semana cuando por fin sonó el teléfono. Era la agencia de noticias…

-¿Estíbaliz? Le llamamos de Continent Press, ya tenemos un destino para usted.

Me dio un vuelco el corazón.

-Buenos días, díganme qué es lo que tengo que hacer y dónde voy…

– Nos gustaría que hiciese una crónica sobre las mujeres que viven tras un Burka en la zona de Casablanca, cómo es el papel de la mujer allí. Pero no sólo eso, tendrá usted que vivir el día a día con una familia musulmana tradicional, tendrá que acompañarles a rezar, vivir con sus costumbres, y contar la experiencia a la vuelta. Su estancia allí será de tres meses. Nosotros sólo le facilitaremos el vuelo, un contacto y un riad donde dormir. Por cierto, el vuelo sale el sábado desde Madrid a las 7 de la mañana. Buena suerte, esperamos sus fotos y artículos cada semana como seguimiento de su labor hasta la crónica final.

-Muchas gracias… Colgué el teléfono y todavía tenía el corazón a mil por hora… A Casablanca… a mostrar la cultura musulmana, a mostrar el papel de la mujer allí… Menuda crónica periodística me había tocado… ¿Qué pretendían mostrar con eso, la inferioridad de la mujer? ¿Si realmente la religión determina el papel femenino?… No tenía ni idea… Pero tenía muchas ganas de lanzarme a la aventura…

Llamé a mi familia, a mis amigos y a compañeros que tuve en la carrera para darles la noticia… Pero lejos de alegrarse todos me dijeron lo mismo: “¿A Casablanca? ¿A investigar en una casa en la que las mujeres van con Burka? ¿Una periodista en África? Allí no te van a tomar en serio, allí las mujeres no valen nada”…

De pronto una tristeza inmensa me invadió. Yo que quería compartir mi alegría y experiencia con mis seres queridos, pronto se convirtió en un camino arduo del que muchos me animaron a salir, a retirarme, a no coger aquél vuelo…

Pero cuando seguía reflexionando sobre todo esto ya estaba montada en el avión. En el aeropuerto de Casablanca me esperaría Saïd. Él era el responsable de la agencia de noticias en esa ciudad. Estaría en primera fila con un cartel en que podría leer mi nombre… De pronto el piloto anunció que comenzaba el aterrizaje…

Podía sentir los latidos de mi corazón en casi todas las partes de mi cuerpo, en el cuello, en el dedo pulgar, en mis sienes… Latía desbocado, como queriendo salirse por la boca, pero una vez que tocamos tierra firme, se calmó un poco, al fin y al cabo, ya no había marcha atrás.

Respiré hondo, cogí mi maleta y caminé hacia el hall del aeropuerto.

Allí estaba el cartel donde ponía “Bienvenida, Estíbaliz”. Saïd era más atractivo de lo que me había imaginado… Quizás los estereotipos que nos muestran los medios de comunicación y algunas habladurías crean unos prejuicios de los que no somos conscientes hasta que nosotros mismos los desmentimos. En mi mente había dibujado a un árabe con túnica, barba negra y larga, nariz aguileña y ojos saltones. En lo único que acerté fue en la nariz. Saïd iba vestido con pantalón vaquero y camisa, no llevaba barba y tenía unos penetrantes y seductores ojos pardos.

-Bienvenida a Casablanca Estibaliz. Soy Saïd. Ahora iremos a tu riad para que puedas comer algo y descansar y mañana a primera hora te recogeré para ir a la corresponsalía de la agencia y para informarte de dónde está el centro cívico para que puedas convencer a alguna mujer para que te deje acceder a su casa y hacer la investigación.

-¿Pero es que no teníais ya una familia preparada para mí?

Saïd se rió y me miró condescendiente. –En España creen que las mujeres aquí no tienen ni voz ni voto y que tendrás que hablar con los maridos para intentar acceder a un hogar. También creen que jamás harás esa crónica, pero te aseguro que aquí la mujer tiene un papel mucho más relevante de lo que piensas y podrás darles con un canto en los dientes, a ver si se enteran de una vez por todas que llevar un velo o un Burka no es machismo. Ya lo comprobarás por ti misma.

Una vez llegué al riad por fin pude detenerme a contemplar el paisaje. Estaba al lado de la plaza, había multitud de puestos de comida, especias, marroquinería, joyas… El olor de Casablanca era embriagador… Olía a té, a curry, a menta y a alguna especia que todavía no sabía identificar. Eso sí, la mezcla era deliciosa y exquisita.

De pronto un sonido me sacó de mi embelesamiento. Era la llamada al rezo. Miré a mi alrededor. Había muchas mujeres con velos de diferentes colores, con túnicas maravillosas, favorecedoras; otras con vestimenta recatada, eso sí, pero puramente occidental (e incluso sin velo) y algunas otras, con Burka. Pero estas últimas eran una minoría. Las mujeres caminaban hacia un lado; los hombres, algunos también ataviados con la vestimenta típica, hacia otro. Iban a sus respectivas mezquitas.

Querría haber comenzado ahí mi investigación, pero estaba bastante cansada. Entré al riad y allí me recibió una mujer de ojos rasgados, grandes, y una sonrisa de oreja a oreja.

-Buenas tardes señorita Estíbaliz.

-Buenas tardes…eh… ¿su nombre?

-Fátima. Aquí estoy para lo que necesite. Sé que viene de lejos para hacer un reportaje. Aquí, en Casablanca, lo sabemos todo de los extranjeros, ¿sabe?

-¿Ah, sí? ¿Y sabe en qué va a consistir mi crónica? Y, por supuesto, hábleme de tu, tuteémonos que somos ambas jóvenes.

– De acuerdo, y respecto a tu investigación…No, no sé de qué se trata exactamente pero puedo imaginármelo… Por la cercanía puede que se trate del conflicto del Sáhara o, puede que, simplemente estés curioseando sobre la cultura musulmana… ¿He acertado?

-Has acertado a medias, pero puede que si me ayudas, te cuente concretamente para qué vengo…

-Perfecto, voy a acompañarte a tu habitación y me dices cómo puedo echarte una mano…

-Bueno, quizás tú no puedas ayudarme porque busco a una mujer que lleve un Burka

Fátima se rió de forma muy sonora y ruidosa… -¿Un Burka? Aquí llevamos el velo la gran mayoría, y como ves, un velo que deja nuestro rostro totalmente al descubierto, lo que se conoce como Hiyab. Sin embargo estás de suerte, aunque esas mujeres sean una minoría, conozco a una de ellas…

-¿Y podrías ponerme en contacto con ella?

-Por supuesto, es mi hermana, Yadiyha…

-¿Tu hermana lleva Burka? ¿Y tú no?

-Ay querida Estíbaliz, cuánto vas a aprender aquí sobre nosotras, sobre las mujeres… Pero lo primero que tengo que decirte es que el velo es totalmente opcional, ningún hombre nos obliga, ni siquiera nuestra religión si la conoces. Para nosotras es un complemento de respeto, de belleza incluso, es como para vosotras llevar el cabello bien arreglado o ir con una bonita blusa.

-¿En serio? ¿Y si te casas? ¿Y eso que dicen sobre que el marido os manda y sólo os podéis poner bonitas para él dentro de casa?

-Querida, aquí nadie manda sobre nadie, nuestros maridos nos respetan, somos igual que ellos, igual de bellas y de dignas con o sin velo; tenemos los mismos derechos y las mismas oportunidades…. No obstante, cuando quieras ponerte a trabajar, empezamos, que ya sé por dónde van los derroteros de tu trabajo… Vas a lograr desmentir todos los mitos que se tiene sobre nosotras, ya lo verás…Y también, por supuesto, sobre nuestros hombres, que son igual de respetuosos, cariñosos y están al mismo nivel que los vuestros.

-Me dejas sin palabras Fátima… ¿Quieres que cenemos algo? Es que llevo varias horas de vuelo, estamos cerca de la plaza y olía tan bien que se me ha abierto el apetito, ¿qué me dices?

-Perfecto, ponte cómoda, deja las cosas en tu habitación y, mientras tanto, bajo a recepción, aviso a mi hermana que es la cocinera y así, mientras cenamos, te la presento.

-Muchas gracias Fátima, enseguida bajo.

Me pegué una ducha rápida y baje al comedor del riad. Allí estaban Fátima y Yadiyha. Impactaba ver a una mujer tras un Burka, porque realmente no se le ve absolutamente nada… Me fijé detenidamente y pude ver sus ojos a través de la enrejada telilla.

-Encantada de conocerte Yadiyha… Siento que haya sido todo tan precipitado, no sé si te ha contado tu hermana que voy a estar haciendo una investigación sobre el papel y la igualdad de las mujeres musulmanas, concretamente de las que lleváis Burka.

Una risa delicada salía de aquélla vestimenta azul… -Ya me ha dicho ya, y ¿sabes lo que te digo? Que me encanta el tema, que te voy a ayudar y te voy a demostrar que nosotras, con o sin velo, con o sin Burka somos igual que vosotras…

-¿Y yo, sin velo? ¿Yo soy igual de respetada aquí? Porque me han aconsejado desde la agencia que me ponga un velo, que no vista llamativa, que no camine sola a altas horas de la noche ni por calles oscuras…

-Cielo, aquí todas somos igual, lo comprobarás por ti misma… En España es dónde somos diferentes. Tú aquí podrás trabajar, todos te respetarán, mujeres y hombres… Sin embargo… Una mujer con velo y, mucho menos con Burka, jamás tendría un puesto, por ejemplo, de periodista en España. ¿Me equivoco?

Por  un momento me paré a pensar y Yadiyha estaba en lo cierto. Jamás vi a una dependienta con velo, ni a una maestra, ni a una periodista… A las únicas que veía con velo eran a las mujeres que habían montado su propia frutería o tienda de ultramarinos, generalmente en el extrarradio. Y, ahora, al hablar con Fátima y Yadiyha me daba cuenta de que, probablemente, fueran mujeres preparadas, con estudios, pero jamás les habían dado la oportunidad de formar parte del mundo laboral español… Era verdad, no éramos iguales… Nosotros las discriminábamos.

-Chicas, ¿vosotras tenéis estudios?

Otra vez las risas inundaron el comedor del riad y Fátima arrancó a hablar…

-Yo en dos meses seré periodista como tú. Estoy acabando la carrera, y por eso me fascinó que te alojaras en nuestro riad. Quiero que aprendamos juntas, que compartamos nuestra sabiduría, opiniones y que aquí te sientas como en casa.

-Yo dentro de un año seré médica. Concretamente ginecóloga. Añadió Yadiyha.

-¡Madre mía! Me acabáis de dejar alucinada ¿Y qué vais a hacer cuando acabéis las carreras?

-Mi sueño es ir a España y ejercer el periodismo allí. No es que aquí no haya oportunidades, pero sé que si me quedo, jamás dejaré de trabajar en el riad. Es de mis padres y significa mucho para ellos. Si me marcho sé que lo delegaré en alguien responsable y que podrá funcionar bien.

-¿Y tú, Yadiyha, qué quieres hacer cuando acabes?

-Yo me quiero quedar aquí y que conste que no es porque lleve un Burka sino porque Casablanca me tiene enamorada, me encanta vivir aquí y poder ejercer mi profesión junto a mis amigas y familiares.

Mientras terminaba de hablar con Yadihya, Fátima había traído un delicioso cous-cous para cenar. Estaba exquisito… Jamás había probado una cosa igual. Pasamos el resto de la cena conversando y acordando lo que investigaría con ambas durante los tres meses de mi estancia allí.

Los días iban pasando y me iba dando cuenta de que tanto Yadiyha como Fátima llevaban una vida totalmente idéntica a la que podía llevar yo en Aranda o cuando estudiaba en Madrid. Rezaban pero también salían con amigas, les gustaban chicos, flirteaban, salían a cenar, les gustaba la moda, incluso se compraban ropa interior sexy… Y lo que más me sorprendió es que todo el mundo me trataba como a una más. Ningún hombre me miraba con desprecio, ni con suciedad, tampoco me faltaban al respeto… Valoraban mi profesión y me valoraban a mí como mujer.

Jamás llevé velo, ni siquiera un día entero. Reconozco que me lo probé, incluso me probé un Burka, pero simplemente para ver si algo cambiaba tras esa vestimenta. Pero todo se veía igual, la vida era la misma.

Me acostumbré tanto a convivir con ellas y su familia que ni siquiera me fijaba en si llevaban el velo o se lo quitaban. El día a día era genial y los padres de Yadiyha y Fátima me trataban como a una hija más.

Faltaban sólo tres semanas para marcharme y viví uno de los momentos más emotivos de mi vida. La graduación de Fátima. Por fin era periodista. Y lo cierto es que tenía madera, y mucha. Hablaba a la perfección castellano, francés e inglés además de su lengua materna, el árabe. Era implacable, inteligente y constante. Así que no me lo pensé dos veces.

-Fátima, ¿por qué no te vienes conmigo a España y así ya tienes a una amiga? Puedo ayudarte a buscar un trabajo…

Los ojos de Fátima se hicieron todavía más grandes de lo que los tenía y se inundaron de lágrimas… Lágrimas que compartieron sus amigos, familiares y yo misma, cuando estábamos en el aeropuerto esperando nuestro vuelo a Madrid…

Cuando aterrizamos nos alojamos unos días en un hostal hasta que yo entregase todo el material en la agencia, y así, de paso, Fátima podría ir dejando su currículo y buscar empleo. Por un momento me acordé de aquél primer día en Casablanca donde me di cuenta de que en España nunca había visto a una mujer con velo ejerciendo… Así que decidí hacer un experimento…

Me puse el velo, el mismo que lleva Fátima, el que deja el rostro al aire… Me puse ropa recatada, nada de túnicas. Me maquillé, me puse tacones y un bolso elegante. Cogí mi crónica y fui a la agencia de noticias para la que trabajaba.

Entré a la redacción y pregunté por mi jefa, por Catalina. El vigilante de seguridad me miró con desprecio, de arriba abajo y cuando se dispuso a avisar a Catalina, teléfono en mano y entre dientes dijo en tono despectivo: “Doña Catalina, aquí hay una con velo que dice que tiene una crónica para usted”.

De repente colgó y me dijo que no esperaba a ninguna mora, que me fuera por donde había venido. Sin pensarlo dos veces le insistí: -Dígale, por favor, que soy Estíbaliz, la corresponsal de Casablanca. Está esperando mi crónica.

Al cabo de un rato salió mi jefa, incrédula, mirándome de arriba abajo… -¡Quítate eso! Esto es una agencia reputada, no de moros. ¿Y la crónica?

De repente me sentí tan indignada, tan poco valorada y tan menospreciada que sólo pude decirle una cosa mientras me quitaba el velo: -La crónica la acaba de hacer usted al demostrarme que es la primera que no respeta a un igual, a otra mujer por el simple hecho de llevar un velo. Gracias por darme esta información porque muchos diarios matarían por tenerla en portada… De hecho, tardarían menos de dos días en destruir su reputación, esa de la que alardea…

-No, señorita Estíbaliz, me entendió mal… Yo sólo me quedé sorprendida al verla así…

-¿Me está diciendo que si me hubiese convertido al Islam y vistiese un velo seguiría contratada y me tendría el mismo respeto?

Se lo pensó unos instantes y dubitativa, con poca credibilidad empezó a hablar: -Eh… sí, claro, ¿por qué no?

-Pues entonces, tengo que presentarle a alguien Catalina, ella se llama Fátima. Es periodista y ha sido el pilar fundamental de mi investigación. Sin ella, no hubiera sido posible aprender ni escribir nada. De hecho, creo que hasta ha aprendido usted. Es más, creo que la va a contratar, porque… me lo debe… se lo debe….

Ya han pasado tres años desde aquello y aún nos reímos Fátima y yo del corte que le di a la que era nuestra jefa. A los pocos meses dimitió. Ahora nosotras somos las jefas de la agencia, de hecho, hoy hemos firmado nuestro ascenso. Y aquí estamos en Aranda, celebrándolo en mi tierra, comiéndonos un lechazo, lo más típico de aquí, con algunos toques morunos que le da Fátima, de allí.

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