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A mis abuelos…

18 noviembre, 2014

Acabo de colgar el teléfono y tengo una sensación indescriptible… Sentimientos encontrados… Un amor incondicional, me siento afortunada y en paz… Pero por otra parte siento pena, tristeza y tengo muchas ganas de llorar.

 

Estaba hablando con mis abuelos, sí, con los dos… Todavía tengo la suerte de poder hacerlo con casi 30 años… Faltan tres semanas para mi cumpleaños y mi único deseo es poder seguir hablando con ellos ese día y muchos más…

Desde bien pequeña he pasado mucho tiempo con ellos… Aún recuerdo días como el que estaba viendo las noticias con mi abuela y, si no recuerdo mal, estaba Susana Griso en pantalla… Me fascinaba y quería ser como ella… así que no me lo pensé dos veces, entré al baño, cogí unas tijeras y me corté el flequillo… No sé qué edad tendría exactamente pero ya os anticipo que me quedó horroroso. Aún tengo grabada la cara de espanto de mi yaya (así la llamo yo) buscando como loca un turbante o algo con lo que tapar el destrozo que acababa de hacerme en la cabeza. Pues bien, con esa cinta entre la frente y el nacimiento del pelo, me pasé todo el verano… No me riñó, ni me gritó, tan solo arregló la trastada que hice ese verano mientras pasábamos unos meses en el pueblo. Recuerdo sus manos suaves, sus ojos azules mirándome fijamente intentando explicarse qué era lo que se me había pasado por la cabeza… Pero cuando le dije que quería ser periodista, igual que la presentadora de la tele, sonrió condescendiente y me dijo desde el corazón: “llegarás a serlo”… Y ¡qué sabia era y sigue siendo mi abuela! pues no se equivocaba…

Otro verano recuerdo que me fui a caminar con mi yayo, nunca antes había visto juncos y me encapriché… En ese momento no era consciente de que los juncos nacen en los ríos y no precisamente en la orilla… Pues bien, cuando volvimos a casa a cenar esas chuletas y mazorcas a la brasa que solía hacer la yaya, el yayo se quedó pensativo… Yo no sabía qué era lo que le pasaba… Pero al día siguiente lo entendí… Cuando me levanté por la mañana vi llegar a mi yayo con los pantalones remangados, totalmente mojados y un ramo gigantesco de juncos… No fui tan feliz en mi vida…. Los dejé secar todo el verano hasta que prácticamente se deshicieron… Ahora cada vez que veo un junco, me da un vuelco el corazón porque para mí, no son sólo juncos, es el amor de mi yayo…

Como a todos los niños, otro verano me dio por los bichos… yo no sé cuántos les metí en casa a mis yayos, pero recuerdo a mi abuelo hacer agujeros a botes, meter césped y dejarme jugar un ratito con saltamontes pequeñitos… De vez en cuando se me escapaban por casa, pero como teníamos un jardín tan grande creía que sabrían volver al césped… Más de uno caía a la ensalada y mi yaya, lejos de enfadarse… decía: “es una chiquilla”…  Y esto por no hablar de la rana que también les metí en casa… Micaela la llamamos… Recuerdo que íbamos a una charca donde había muchos renacuajos y, por una vez, uno de ellos hizo el ciclo completo hasta ser ranita. La cuidamos muchísimo, tanto, que un día saltó de la pecera y nunca más se supo de ella…

Un día lluvioso me fui con mi yayo a coger caracoles y, no se me ocurrió otra cosa que meter a dos de ellos en un vaso y dejarlo en la cocina.  A mi abuelo, a mitad de noche, le entró sed y cogió el primer vaso que había en la encimera… Casi lo ahogo con los caracoles… ¿Y se enfadó? Para nada… al día siguiente me lo contó muerto de la risa…

Y así, miles de historias… Desde moras que un día chafé en el suelo del porche jugando a ser criminóloga (eran las pistas del crimen que tenía que resolver) y cuyas manchas no desaparecieron jamás; hasta horquillas que metía en los enchufes sólo porque mis abuelos me decían que no las metiera…

Jamás tuvieron malas palabras para mí… Y fueron pasando los años y la relación cada vez se fue estrechando más… Siempre me apoyaron en todo, pude hablar abiertamente de cualquier cosa con ellos… Y por eso hoy quiero escribir esto, porque mañana siempre es tarde…

¡¿Cuántas veces hemos perdido a alguien y nos hemos dejado mil cosas por decirle?! ¿Por qué muchas veces leo esta clase de artículos cuando ha faltado algún ser querido? Ahora es el momento, cada día es el instante perfecto para hablar con ellos, recordar y conversar…

Puede que ya no pueda hablar tan largo y tendido como antes, sobre todo con mi yayo… Es muy duro ver cómo el paso de los años hace estragos en las personas mayores. Mi yayo siempre ha sido muy vital, lo recuerdo siempre trabajando y entreteniéndose en la huerta, jugando conmigo, mimándome hasta más no poder… Y ahora hay veces que tiene la mirada perdida… Que tiene una sonrisa permanente porque él siempre ha sido risueño pero, en ocasiones, no es su sonrisa… A veces se le atascan las palabras, sabe lo que quiere decir pero no le sale… Camina despacito, habla bajito y sus manos, aunque me sigan abrazando y transmitiendo todo su amor, se han vuelto más torpes… Es ahí cuando se me rompe el alma… Cuando ves que la llama se les va apagando poco a poco, cuando te das cuenta de que cada día que pasa aunque estés lejos, tienes que llamarles, hablar con ellos, decirles lo mucho que les quieres… Porque aunque no puedas hablar tanto como antes, te siguen entendiendo, te siguen necesitando y, sobre todo, yo también les necesito a ellos y quiero que sepan lo mucho que les quiero y lo agradecida que les estoy por la gran educación y el cariño que me han dado.

Mi yaya es más joven que mi yayo, pero el tiempo y los años también han pasado por ella. Se ha quedado delgadita, ya no puede hacer esas chuletas a la brasa ni unas tortillas de patata súper grandes…  Tampoco esas magdalenas que me volvían loca y que siempre que iba a verlos me hacía para que desayunara… Sin embargo, aún me sigue haciendo algunas cosas, no tan grandes como antes, pero igual de ricas porque usa el mejor ingrediente del mundo: El amor de abuela a una nieta. Adoro sus tortillas de alcachofas y ajetes, su lomo con pimientos y… ¡qué tontería! Adoro todo lo que hace mi abuela…

Hoy, antes de colgar, le he dicho a mi yayo que lo quería mucho y me ha sorprendido diciéndome: “¡Yo te quiero más!”, a lo que yo le he respondido: No, ¡yo más! Y él, muerto de la risa me ha dicho… “Bueno, los dos más… Todos más…”

La risa de mi yaya se escuchaba de fondo… Le ha quitado el teléfono y me ha dicho… “Hoy está mejor, parece que los sobres que le dan para que no se le olviden tanto las cosas hacen efecto”… Entonces, se me ha partido el alma… Quiero a mis abuelos así, riendo, lúcidos, bien… no quiero que se apaguen nunca, quiero que sean eternos, que sean para siempre…

Yaya, a ti también te quiero… le he dicho, y ella me ha dicho muchas veces seguidas: “yo sí que te quiero, te quiero, te quiero…” Y ha colgado…

Y aquí estoy ahora, repasando cada instante con mis abuelos y siempre me parecerán pocos… Porque no sólo me han educado, apoyado y animado en todo lo que he hecho, sino que también me han enseñado valores… El respeto, el amor, la paciencia… Y me han hecho vivir momentos e instantes inolvidables…

Es muy triste ver cómo mi abuela le tiene que abrochar los botones de la camisa a mi abuelo porque él ya no puede… O cómo tienen que ducharse juntos para ayudarse mutuamente…. O que tu abuelo te cuente que la yaya se ha desmayado y creía que había faltado, que por eso la tumbó en la cama y la abrazó hasta que, afortunadamente, se despertó…

Hay cosas que con el paso de los años cambian de perspectiva, es curioso ver cómo las personas aceptamos el envejecimiento, nos preparamos para morir y entendemos que todo tiene un final…

Pero yo no quiero que nunca llegue el final de mis yayos, y supongo que como muchos de los que estéis leyendo esto ahora mismo, tampoco querréis que llegue el de los vuestros… Por eso, aprovechad cada día que podáis para estar con ellos, pasar un rato, llamarles por teléfono, tener un detalle o, simplemente escucharles… No os enfadéis si os repiten la misma batallita una y otra vez, no les gritéis si se equivocan, si son torpes o si os sacan de quicio… Tampoco si se les olvidan las cosas o no les salen las palabras…Ellos estuvieron ahí siempre… Cuando erais críos y hacíais travesuras; cuando fracasabais para levantaros y animaros a continuar; ellos crearon una atmósfera y un vínculo inigualables que permanecerá para siempre e vuestros corazones; y sobre todo, siguen estando ahí… Y ese es el mayor privilegio que podéis tener…

¿A qué estáis esperando? No os permitáis el lujo de que sea tarde para decirles lo mucho que los queréis…

Os quiero yayos… Porque nunca quiero que llegue el día en que se me quede algo en el tintero por deciros….  Otra vez, os quiero, buenas noches y hasta mañana…

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