Ya que he visto que os han gustado mis relatos y que algunas me habéis pedido más, así que aquí os dejo otro, eso sí, antes de ponerme a escribir nuevos os voy dejando algunos que ya tengo escritos… Este trata sobre cómo una mujer que está sumida en una pesadilla logra salir y retomar su vida… Porque las mujeres no sólo somos soñadoras sino también luchadoras….
Evasión. Eso es justo lo que siento en este momento. No puedo pensar en nada más. El mundo se ha quedado mudo. Mis oídos, sordos. Mis ojos, ciegos.
Me resbala el agua de la ducha por la piel y la bañera se tiñe de rojo. Es un rojo intenso, de alerta, de peligro. Un rojo que me indica día tras día que tengo que salir de aquí. Pero un rojo que también refleja el miedo que me invade cuando sé que no tengo recursos suficientes como para irme y empezar de cero, para vivir. Porque lo que hago cada día no es vivir.
Me encuentro aislada en un lugar en el que mis días consisten en mirar cómo corre el tiempo en el reloj y rezando para que no llegue borracho, para que no vuelva a tocarme nunca más, para que no me pegue, para que no me escupa mientras me mira con los ojos inyectados en una sangre tan roja como la que inunda ahora mismo la bañera. Rezo para que no destruya más mi alma. Rezo para que termine todo de una vez.
Evasión. Eso es lo que siento en el único instante del día en el que puedo pensar con claridad, tras la brutal paliza, cuando él está dormido y se ha quedado exhausto en la cama después de haberme robado otro trozo de mi dignidad. He pensado en suicidarme porque ya estoy muerta en vida. Quiero desaparecer. Quiero…
Entonces abro los ojos y es cuando veo todo un mundo a mi alcance. Un mundo en el que no está él. No tengo magulladuras, ni dolor. No tengo los ojos hinchados de pasar la noche en vela llorando sin cesar. Todavía se me hace raro cerrar el grifo de la ducha y darme cuenta de que ese infierno ya no existe. Era lo que más deseaba del mundo y, sin embargo, parece haberse convertido en una rutina que me sigue persiguiendo tras mi huída. El pánico se ha instalado en mi ser y se resiste a marcharse. Ha vivido tanto tiempo junto a mí, o mejor dicho, he vivido tantos años tras el pánico que ahora me cuesta ser consciente de que ya no es necesario. El monstruo que arruinó mi vida sentenció la suya tras las rejas de una fría celda sin posibilidad de salir y volver a hacerme daño.
Mi vida por fin está siendo como la imaginaba. El mundo es maravilloso, el mundo hace ruido, canta, habla. Tiene conversaciones interesantes. Está lleno de lugares inimaginables. Está repleto de magníficas personas que no merecen que desconfíe de ellas. El mundo, por fin, es un lugar donde quiero vivir y ser feliz. Por primera vez en mi vida, quiero quedarme aquí.
Y llegaste tú, y contigo están desapareciendo mis miedos. Todavía recuerdo la primera vez que nos besamos. Un torrente de mariposas invadió mi estómago y se apoderó, poco a poco, de cada rincón de mi cuerpo. Tus labios me transmitían una sensación que nunca antes había experimentado. Era algo indescriptible. <Esto es amor>, pensé.
Desde entonces, mis días no son largos, cortos o intemporales. En las paredes no tengo relojes, no me hacen falta. Tú logras parar el tiempo cada vez que tus ojos se cruzan con los míos y proyectan una mirada transparente y sincera; cada vez que me acaricias con unas manos tiernas, libres de violencia; cada vez que me hablas valorándome y destilando una dulzura que estremece mi corazón; cada vez que me dices: “te quiero”.
Aún falta un largo camino por recorrer. Lo que he sufrido no es fácil de olvidar, y quizás nunca llegue a olvidarlo, pero sé que este camino lo haremos juntos y deseo agradecerte desde lo más profundo de mi alma todo lo que estás haciendo por mí. Gracias por hacer que vuelva a creer en el amor. Gracias por hacer que cada noche, mientras me abrazas, me sienta protegida y amada de verdad. Gracias por haber conducido aquel taxi el día en el que la lluvia se fundía con mis lágrimas y haberte parado a ayudarme. A negarte a dejarme sola, a que volviera al infierno al que yo llamaba “casa”.
Alguien me mandó un ángel y ese ángel eres tú. Alguien que se cruzó por casualidad con una mujer destinada a los horrores más injustos que la vida puede deparar y que, de manera casi instantánea, logró enamorarme tras quitarse su abrigo, cubrir mi espalda y llevarme al hospital.
Cuando salí, ahí seguías. No te habías ido, ¿cómo era posible que no hubieses salido huyendo de una carga de problemas de una magnitud como la mía? Recuerdo que eso fue lo que te pregunté y tú me contestaste: “Porque cuando encuentras a la mujer de tu vida no puedes dejarla escapar”.
Todavía no sé qué fue lo que hizo que me perdiera contigo esa noche, y la siguiente y todas las que ha habido hasta hoy, pero cuando te cruzas, no sólo con el amor de tu vida, sino con la persona más maravillosa que puede existir en la Tierra, es imposible dudar de sus buenas intenciones. Venías a rescatarme del lugar más turbio que puede existir y lo supe. Eso, se nota.
<¿Y si se nota, por qué me equivoqué durante tantos años?> Porque hay demonios que consiguen camuflar toda su maldad bajo una apariencia de personas entrañables, de gente amable, educada y responsable. Engañan bajo ese disfraz de compostura que visten cada vez que traspasan el umbral de la puerta. Pero los disfraces se estropean y destruyen el personaje que interpreta el mejor papel de la obra que protagonizan y, cuando eso sucede, la persona que estaba dentro resurge de sus cenizas.
Y a eso se ha reducido él, a cenizas, a un humo que de vez en cuando visita a mis recuerdos pero que, gracias a la llama que tú, mi amor, enciendes cada día, se disipa y vuelve a salir el sol en ese mundo que, antaño, jamás creí que saldría.
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